Un amigo mío griego me dijo hace muchos años que su isla era "Paradise on earth", no le hicimos mucho caso.
Fue el The New York Times (foco de sabiduría del siglo XX) el que nos iluminó. Leíamos el ejemplar, de muchas páginas, de un domingo de agosto en Wiliamsburg, en un brunch de moda en un barrio de moda de New York City; repartí las secciones y alguien se quedó con la de viajes o turismo. En la primera página se veía una gran foto de Portara el templo de Ariadne en Naxos y desde entonces hemos ido muchas veces. Eran unos días antes de 9/11.
Ahora el ferry atracaba en Paros y salimos raudos para Naxos.
El caos ordenado y milagrosos del embarque en Pireos se había producido, habíamos tomado un capuccino, dormido un rato, intentado el wifi del barco y navegado entre gotas de lluvia e islotes. Estos pedazos de tierra llenos de historia se plegaban a los turistas que buscan...bueno, cada uno busca algo distinto.
Desembarcamos por la rampa, tirando de maletas y ya vi la silueta familiar de mi amigo. Todo de pronto parecía a ser ayer. Las diferencias radican en las cuestiones físicas que nos van limando aunque pretendamos ser eternos.
El pueblo al que voy se encuentra a 35 kilómetros de Chora la capital de Naxos. Es una carretera de curvas y cabras. Se atraviesa un valle donde vivió Kazantzakis desterrado, se sube y se baja, se cede el paso junto a las ramas de un olivo y se saluda. No hay mucho tráfico.
Entre charlas y actualizaciones familiares llegamos a la pequeña ensenada. Allí, como siempre, cuando sacaban el mármol para las estatuas y Perícles gobernaba permanece Apollon, mi destino. Quizás no sea el paraíso, sólo se le parece,