martes, 11 de julio de 2017

Al pobre todo le vale el doble.

No es lo importante lo que nos pasa sino como nos tomamos lo que nos ocurre.
Esta mañana ha sonado el despertador en el peor momento, estaba soñando, un sueño bonito, y de pronto se ha cortado toda la trama, sin posibilidad de recuperarlo. 
El sueño no tenía nada que ver con el libro que estoy acabando. Un libro doble o que cuenta dos historias simultáneamente. En realidad podría decirse que son casi tres historias. 
Por un lado, el personaje principal narra su vida y su versión de lo que le acontece; todo lo justifica bajo el prisma de su apariencia, una vida que ves desgraciada en el fondo, y que de cara al exterior pretende ser plena y llena de felicidad. 
Hay poca lógica o existe la lógica del personaje. Parece como que escribe para justificarse y cuesta encontrar cuales son los parámetros o las preguntas que rigen su existencia. Al parecer quiere ser feliz, que el tiempo pase, llevar una vida cómoda. Su vida ideal es como una vida de ficción separada de toda realidad incómoda o que suponga un esfuerzo, una lucha. Lo material fluye y aquello por lo que pelean el resto de los humanos viene dado, como caído del cielo.
La otra versión del cuento es una mezcla de otras dos, porque todos los personajes no ven al protagonista de la misma forma. 
Unos se ve que intentan enfrentarse a la realidad, buscar soluciones a los problemas y se entrometen, con sus opiniones, de manera incómoda en la vida del personaje. Los otros dejan hacer, no quieren líos, rara vez se oponen, aunque de la impresión que el viaje se produce a ninguna parte.
Al leer este libro algo he aprendido sobre los humanos, que nos complicamos a nosotros mismos, sumidos en nuestros miedos y percepciones y no se hasta que punto podemos luchar contra ciertos obstáculos que se nos aparecen como fantasmas y están siempre ahí.
Si le preguntase a Rafa Nadal me diría que es sólo un partido en Wimbledon donde el rival también juega y a veces acierta más. La vida no es un partido de tenis, ni de fútbol, ni una corrida de toros, es todo a la vez y quizás el secreto sea no darnos tanta importancia, reconocer nuestras limitaciones y no pedir peras al olmo.

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