Todo lo que suena a cambio produce un efecto de ausencia como si la vida no fuese un cambio continuo.
Ante la muerte reaccionamos con estupor, nos quedamos parados y entramos en una rueda de expresiones y tópicos que al parecer consuela. Es lo único que seguro que nos va a pasar y nos coge siempre desprevenidos.
Vamos que nos viene mal eso de morirnos.
Parece ser que no asimilamos muy bien la gran verdad de que nada es eterno. Nos viene mal que un rey que ha estado dando el callo durante muchos años, incluso en su preparación, se vaya ¿Qué sentirá ese hombre que reinó y ahora es un anciano? ¿Cómo se le puede ayudar?
En la película "A man for all seasons", al cardenal Wolsey (Orson Welles) muriéndose le preguntan si tiene algún mensaje para su rey, Henry VIII. El cardinal contesta que si hubiese servido a Dios como a su rey no moriría de esa manera. El Marshall of England que va al monasterio del primado moribundo a recoger el collar de su cargo, opina que dé gracias de morir de esa forma tan pacífica, porque el rey hubiese preferido otras maneras de dejar esta existencia, digamos más rudas, con la cabeza separada o la horca.
Fin y relevos, nueva gente que ocupa los mismos puestos, en una película, en una casa real o en una selección de fútbol. Y cuanto de lamentos y falta de criterio, cuanto de pobreza moral, cuan poco de dejar de mirarse el ombligo y mirar hacia el futuro.
¿Qué hubiese hecho Wolsey de volver a vivir? No tengo ni idea.
¿Y el seleccionador de volver a mayo 2014? Lo ignoro.
Pero me da la sensación de que la mayoría nos creemos que esto es eterno.
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