No se quería quedar Rafa Nadal a las puertas de Paris. Para él Paris bien vale un esfuerzo supremo, de esos que duelen, sangran por dentro y reconfortan, si su francés fuese como su inglés o tuviese una novia francesa la estatua en el Louvre estaba garantizada. Aquí que esperen a erigirle una, al menos ya tiene el Principe de Asturias, que con los ramalazos de estos galardones nunca se sabe. Solo su cuerpo sabe lo que supone jugar contra Djokovic a ese nivel, acrecentadas las dificultades por los deseos del serbio de ingresar en el selecto club de los ganadores de los 4 slams. Rafa pelea, lucha, se sobrepone a sus dolores y ve la cara del otro enfrente que opina lo mismo, sólo uno puede ganar.
Alonso pelea contra la mecánica, la impotencia de su motor, la punta de velocidad de otros, pisa a fondo y no llega, ya no hay más. También continúa en la lucha.
Es deporte, con mucho dinero de por medio, pero competición y deporte.
Lo que ocurre en Pakistán, aeropuerto de Karachi, es un paso más en el terrorismo islámico por hacerse notar y progresar en su guerra, larga, terca, en busca del único objetivo de la política-religión de una república islámica gobernada por talibanes.
Mientras en otro frente, que parece el mismo, el Papa Francisco intenta rezar al Dios cristiano con judíos y palestinos o algunos de sus representantes y Dios, que conoce el problema , escucha y pide que se deje de luchar a cambio.
Hay días que el mundo parece rutinario, son las mismas cosas, los problemas eternos. Pero no nos confundamos que Rafa gané no es una rutina, es una bendición, fruto del trabajo y el esfuerzo, unido al talento y la suerte que vuela revoloteando y ama a su antojo.
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