Leía en algún periódico, de los considerados serios y formales, las enseñanzas de la Primera Guerra Mundial por aquello del aniversario. No fue tan mundial, más bien europea, pero afectó al resto del mundo. Argumentan que contribuyeron como causas importantes los nacionalismos violentos, el miedo al otro, la revolución del siglo XIX, el terrorismo, anarquismo, revanchismo,... puede ser. El caso es que todo estos factores siguen o prosiguen en medio de la convivencia diaria, aunque quizás la Unión Europea (con todas sus corruptelas), evita que las posturas extremistas cuajen.
Los extremismos no traen nunca casi nada bueno, pero cuando la gente se harta, se va hacia los extremos. Y en muchos países de esa Europa que conmemora 100 años de un asesinato en Sarajevo se inclinan por los extremos. Es curioso como no habla el docto diario de las injusticias sociales, de las desigualdades, que hicieron que se llegase a esas situaciones límites de unos contra otros.
Y en España no tenemos mucha conciencia porque los enfrentamientos los dejamos en la versión casera y local, que somos muy nuestros.
¿Está el orden europeo peor que en 1914? No, la situación es muy diferente. Lo que ocurre es que no damos los atrevidos pasos que nos consoliden, por egoísmo y cortedad de miras. No tenemos ni la fuerza moral, ni la convicción, determinación o grandeza para dejar de mirarnos al ombligo y progresar. Porque no es sencillo y requiere generosidad.
Ese orden fracasado que se impuso en Europa y alrededores sigue resquebrajándose. Egipto vuelve a las andadas y hay un califato entre Siria e Irak. Lo artificial no puede sustituir a la esencia, sólo retrasa lo inevitable.
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