El actor inglés Clive Arrindell, dedicado a Shakespeare se hizo más notorio por el anuncio de la Lotería de Navidad en las Españas, una breve secuencia, gran popularidad y fama casi eterna; además le reportó sus lógicas ganancias, su salario de cómico.
De pronto no hicieron anuncios con él, fue reemplazado, aunque aún tenía contrato; le despidieron y volvió al Old Vic, a Shakespeare a sus cosas. La magia le había abandonado,
Algo así, le ocurrió a José María Aznar, ex presidente, que ha dimitido de los suyos porque no le hacen caso.
Un personaje político de dos mandatos en La Moncloa; aciertos iniciales, escalada contra Felipe González, éxitos electorales, mayoría absoluta y errores finales, más un empecinamiento por continuar en el candelero sin acabar de encontrar su sitio.
El actor sabe que su momento, algo mágico, pasó con el anuncio, que alcanzó la fama y un reconocimiento cariñoso por las fechas y el tema en un país extraño. Traía ilusión entonces. Volvió a su paz , al anonimato de London y al sosiego en la lengua inglesa, sus orígenes.
En la lengua del bardo inmortal residía el germen de la perdición del político Aznar. Pensó que era un elegido, descubrió USA, maldijo no haber estudiado en una universidad de la Ivy League y coqueteo con la lengua inglesa que chapurreaba muy mal, Bush no le entendía y Blair menos; sin embargo Aznar pensó que eran amiguitos por aquello de yo te invito a mi fiesta de cumple.
De pronto creyó que España, incluso las Españas, representaban un grupo de personas unidas que iban hacía el estrellato de la historia bajo su liderazgo, todo por una foto con mucho viento. No se cuanto había de ignorancia, catetismo, sueños, ambición, engaño o torpeza, no era realista.
El calvo de la Lotería jugaba con los sueños en el anuncio, pero luego vivía en la realidad del pub y esos pasteles que no me gustan.
Se puede ir a Las Azores, a un rancho en Texas y a The White House, pero tienes que saber quién eres y qué representas, en todo momento.
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