Vaya pregunta.
Ya no se hacen ese tipo de preguntas, aunque a lo mejor deberíamos reflexionar a solas sobre estas cuestiones.
En aquel año, cerca del 748 de la fundación de Roma, nació a un niño en Belén de Judea; de hecho nacieron algunos cuantos, que luego morirían muy chiquitos, inocentes, sin tiempo de perder esa pureza que otorga la infancia. De aquel niño, es probablemente del personaje que más se ha hablado, debatido y se continuará haciéndolo. Es un individuo que cae bien a casi todos, incluso a los que no creen en Él. No dió la lata, excepto a los poderosos para explicar la Verdad, no fue bien tratado aunque sólo hizo el bien y murió cual criminal bajo la ley romana.
En aquellos tiempos, los judíos esperaban a un enviado de Dios, pero soñaban una cosa diferente. Un sujeto asentado en los problemas del día a día, en la libertad de Israel, en la derrota del yugo de Roma, en el poder. Resulta que llegó un hombre, de carne y hueso, que hablaba de otro reino, otra manera de entender la vida.
Y ese niño creció, como todos los niños, alcanzó su madurez y empezó a hablar.
En varios momentos le hicieron la pregunta.
Esta famosa pregunta es muy directa, sin embargo lo importante es para qué querían al que habría de venir; el que ha de venir era el Mesías. Ahí comienzan los problemas.
Suponiendo que no hubiese que esperar a nadie más ¿Qué deberían hacer aquellos que esperaban?
En aquellos tiempos 42 generaciones después del padre Abraham se esperaba al Mesías, el tiempo estaba cumplido y ¿Para qué un Mesías, el enviado de Dios?
¿Para qué entonces, para qué ahora?
Es una pregunta a responder desde el fondo del corazón de cada uno y en medio de la ilusión del Gordo, la guerra en Siria, la injusticia, el dolor, el sufrimiento continuado y la repetición de las frustraciones humanas generación tras generación, la no aceptación de nuestra condición y el creer que somos mucho más de lo que somos.
Something to think about, something to drink about.
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