La generación que vive una guerra, sobre todo entre los 20 y 30 años de antes (cuando se era joven a esa edad) queda marcada...si sobrevive.
Si cae en el fragor de la contienda sólo quedan los recuerdos, dependientes de la memoria y con tendencia a dejar volar la imaginación.
Sin embargo no todo el mundo cae, para que continúe este gran teatro hay quien vive para contarlo...a su manera.
Esta reflexión me ha venido a bote pronto tras constatar que hay una biografía reciente de Gil-Robles, el de la CEDA, personaje del cual no he oído hablar demasiado bien; quizás porque no era lo que parecía y profesando lo que profesaba choca más esa carencia de honestidad.
Años difíciles, sin duda.
Luego he visto la obra de teatro "Las bicicletas son para el verano", del gran Fernán-Gómez y describe una guerra desde un punto de vista de una familia y su entorno en el Madrid de aquel verano fatídico de la caja de los truenos.
Al principio es la inconsciencia y al final la supervivencia.
Este tema de la bronca del 36, es algo que he escuchado muchas veces, diferentes batallitas, muchas tragedias y una marca indeleble en el alma, sin posibilidad de hacerla desaparecer.
Lo que más llama la atención es que fueron unos contra otros, gentes que llevaban muchas generaciones compartiendo suelo o no compartiéndolo, por falta de caridad, ausencia de empatía, empecinamiento, influencias externas, odio mucho odio.
No me he reído ni con las ocurrencias de los personajes de Fernán-Gómez ni con los avatares de Gil-Robles. Pienso que los que sobrevivieron a aquella broca se dejaron la sonrisa en algún rincón del alma, junto al suspiro de alguien que iluminó su vida el tiempo que la compartió.
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