Desde la invención de las cámaras digitales y luego los smart phone, el arte de la fotografía, probablemente, ha quedado relegado a unos pocos, menos que antes.
Ya no hay riesgos al apretar el interruptor, si se falla o alguien se mueve, se borra, gasto cero, sólo se pierde la eternidad.
Una foto antigua de finales de 1926 por ejemplo encierra misterios; la encontré por casa y hay alguien de la familia en ella.
No es una foto como las de ahora, no es un selfie; es una foto en blanco y negro, obviamente, que costaría sus cuartos.
Se ve una escalera de acceso a un edificio que por lo menos contaba con dos plantas, escalera amplia exterior a un lado y a otro. En los primeros escalones están cinco legionarios de uniforme, son los cornetas. Detrás de ellos dos señoras muy bien vestidas y en medio de ellas un varón con sombreo y bastón, nariz borbónica.
A la derecha de una de las damas, un coronel, Millán-Astray, con parche en su ojo derecho y ya manco de la izquierda; dos señores de paisano y oficiales de La Legión, algunos con la Laureada individual al pecho y otro con la Medalla Militar, alguno con cordones de ayudante. Un comandante tiene un pitillo en su mano izquierda apoyada en la barandilla, es bajito, muy delgado, casi todos están muy delgados.
En total 29 personas en la foto de la escalera con chapíri, uno con gorra y cuatro al fondo descubiertos, como que no deberían estar en la foto.
¿Dónde tiene lugar? Lo desconozco.
Debe ser en algún lugar en el norte de África y aquellos señores, aquellos soldados, sospecho que habían vivido ya muchas penurias, historia que no salen en sus rostros, ni en la sonrisa de alguno, ni en la seriedad generalizada.
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