El 18 mayo 1960 el Madrid jugó su quinta final europea en Glasgow. Lo recuerdo con muchas interferencias en la tele, por el "agua del Canal de La Mancha", que le oí a un experto decir, entre boquerones en vinagre, con mucha gente en casa, antimadridistas incluidos. No hubo color, en blanco y negro las imágenes, ni en el juego y resultado.
Los mejores alemanes eran Kress, Hoffer, Stinka del Eintracht, los cronistas de aquella época escribían los apellidos de cualquier forma, poco importaba. Los escoceses iban con ellos, habían eliminado a los suyos en semifinales, nosotros teníamos trato de visitantes, 135.000 espectadores, sólo 14.000 sentados. Record de recaudación en esto del fútbol, unos 65.000 euros al cambio. El mundo se debatía en La Guerra Fría y los jugadores del Madrid se enfrentaban a su final más difícil, la siguiente. Los periodistas escoceses, los listillos franceses o ingleses, veían un encuentro nivelado aunque alguno se preguntaba quién podría resistir a Di Stéfano, Puskas (su primera final en el campo con el club) y Gento que reunían capacidad cerebral, enorme velocidad y fulminante disparo. Los del Madrid confiados, seguros y prudentes, la confianza suele ser mal enemigo para los equipos de fútbol.
Los del Eintracht jugaron bien, lo intentaron, pero sus rivales eran una máquina que no paraba, se sobrepuso el Madrid al primer gol y siguieron golpeando tenazmente la red de un portero que recogió siete veces el balón, un recogepelotas le ayudó en alguna ocasión. Mi ídolo eterno, Pancho Puskas, estaba fino. Marcó cuatro, el primero de un zurdazo suyo de arriba abajo, otro de penalty pegado al palo con el portero de estatua, uno raro de cabeza tras gran jugada de Gento y el último desde casi el punto fatídico que entró por la escuadra y volvió a dejar al guardameta paralizado. Que tío, qué goles, qué genio. La capacidad de ataque del Madrid era muy grande y aunque mayorcitos todavía podían jugar una final a buen nivel.
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