viernes, 3 de mayo de 2019

El violinista en el tejado.

Vivir tiene algo de acróbata.
Si te trasladas a una aldea ucraniana en la Revolución Rusa por muy bueno que seas, simpático, agradable, campechano, si eres hebreo lo tienes duro. 
Eso ocurría en la ficción de 1918, después de una Gran Guerra Mundial, una Europa arrasada, la llegada de la Prohibición de alcohol a los USA y los locos años veinte en sus comienzos. Todos estos factores, tan cinematográficos, nos llevan a pensar que en efecto la vida, casi todas las vidas, tienen algo de un violinista sobre un tejado que intenta tocar una melodía. Como se actúa sin red hay un doble mérito en tocar apropiadamente sin errores y no romperte la crisma. Si cometes alguna falta, al sacar una nota, es corregible si te fracturas el cuello no hay vuelta atrás. Nosotros en estos tiempos tan felices, no pensamos que podemos caernos o ya no nos gusta tocar el violín, vamos a lo seguro.
Aquellos que vivieron esos moviditos años veinte tenían, como ahora, todas las edades. recien nacidos que van a cumplir cien, los que queden. Niños impresionables, en esas edades de máxima influencia del entorno que siempre modela. Adolescentes y jóvenes con esperanza, sueños, ilusiones. Maduros y maduras atentos a los suyos y a lo suyo. Ancianos, indefensos, con fecha de caducidad, sobreviviendo. Los hebreos, según el libreto del musical, tenían su Tradición y esa tradición les decía lo que eran y lo que su dios esperaba que hiciesen, ahí es nada.

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