miércoles, 17 de febrero de 2021

De los Apeninos a los Andes.

Siempre me gustaron los tebeos, o comics, no recuerdo nada más feliz que recuperarte de unas anginas, en la cama, sin cole, llenando todo de migas del bocadillo,  los tebeos esparcidos, el dulce sueño;  otras veces eran libros de Verne o Salgari. He tenido que verificar cuando apareció esa serie de televisión de gran éxito fue en 1977, toda España seguía a Marco en busca de su mamá, con su mono Amedio creo; los dibujantes japoneses dieron con la tecla como con Heidi antes, nos olvidabamos un rato de Disney, Quizá fue Mingote, ingenio siempre, quién dibujo su cuento diario, nuestro amigo Marco, dibujos animados, vivía en un pueblo italiano al pie de las montañas, partió en una nave del puerto de Génova; el chiste tenía lugar en un aldea de las Españas, algo castellana, se oía por los muchos aparatos de tele, ventanas de las casa abiertas, la palabra "Marco, Marco..."; dos ancianos, un tanto duros de oído, bastones, boinas, sabiduría, años a cuestas, no veían la tele, hablaban, recordaban, ya ni soñaban, se decían: qué bien como en los viejos tiempos. No puedo recordar el año exacto de la anécdota, conocí a don Antonio Mingote en dos ocasiones, tras un partido de fútbol en un bar de Concha Espina abarrotado, quería irse a casa. Otra en "El debate del estado de la nación" hice cola antes de las ocho de la mañana, un miércoles en los estudios del paseo del Pintor Rosales, yo sólo tenía un objetivo ver, antes de que fuese tarde, otra vez, una vez más, en vivo, a don Luis Sánchez Polack, me di cuenta que Mingote muy serio, concentrado, sonría con las ocurrencias del genio que traía a raya hasta a Luis del Olmo, el jefe teórico del debate. Pensé en su chiste de Marco, en lo que pensaría Mingote al oir a don Luis, en los viejos tiempos, no creo fuese nostálgico.

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