martes, 23 de febrero de 2021

Independencia.

No se trata de la independencia de los que destrozan comercios, queman contenedores, roban en nombre de la democracia en las calles de la ciudad Condal u otras; tampoco la independencia de esos grupos del Congreso que dan una rueda de prensa sin preguntas sin traducción al castellano o español; ni la del vice del gobierno, o UP, o sus aliados locales, que en nombre de la democracia justifican cualquier acto, se rodean de giros retóricos en sus pretensiones, incluyendo la desintegración del estado de derecho; es la independencia de uno de los pilares del estado, la independencia judicial. Ya saben Montesquieu. El legislativo, tradicionalmente, en esta España posterior a 1978, no ha gozado de un gran nivel, sus señorías son casi perfectos desconocidos, sin categoría en  general, muchos vividores de la política, los del senado absolutamente irrelevantes, se conoce a los portavoces y dan yuyu, viene de lejos, muy pocos se salvan, ellos hacen las leyes, son elegidos por el partido en sus listas. El ejecutivo cojea del mismo pie, históricamente, incompetencia, falta de categoría cada vez peor, los mejores no van para ministro desde hace mucho. No digamos en los parlamentos autonómicos, principalmente en aquellos con tendencias separatistas, lo que más se premia es chillar independentismo. Queda un reducto, como esa aldea Gala de Axterix contra la invasión del gran Julio, los jueces en misión complicada, con su preparación, oposiciones, conocimientos, condición humana por supuesto, deben velar porque se cumpla la ley. Los jueces deben ser independientes en esa mesa de tres patas.

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