miércoles, 12 de mayo de 2021

Cova de Iria.

El trece de mayo es desde luego mi infancia, aquel cole experimental de la señorita Marisol y don Luis el ingeniero, mixto, casi todas chicas,  excepto mi amigo Ignacio, clases de muy pocos alumnos, tinteros en medio de las mesas, uniformados con corbata, siempre estudiando, todos los días te preguntaban, salir al encerado; escuela laica, excepto el tiempo de cantar a la Vírgen en el mes de mayo de Madrid, ventanas abiertas, flores blancas, muchas, cantando lo de Cova de Iria, yo desafinando como de costumbre, bajó de los cielos; luego por las tarde, toros, en Las Ventas del Espíritu Santo o en aquellas primera televisiones donde la gente se agolpaba en los escaparates para ver una faena, mientras Matias Prats, con mentalidad de radio, te repasaba el árbol genealógico de un picador o un banderillero. No recuerdo que nos contasen nada específico sobre lo acontecido en Fátima, la Vírgen apareció en tierras campesinas y humildes del vecino Portugal se había aparecido a tres niños, pastores, pobres, analfabetos, desde luego inocentes. Lucia y sus primos Jacinta y Francisco; entonces yo no sabía nada de los misterios, aquellos tres mensajes que la Señora comunicó a los niños que dos de ellos, los más pequeños, murieron sin dejar de serlo por la mal llamada gripe española. He leído sobre los misterios, de mayo a octubre 1917, pienso que seguramente los tres giran alrededor de la fe, la pérdida de la fe y sus consecuencias, eso que el mundo de hoy parece haber olvidado.

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