Hay un chiste muy conocido de aquel que finalmente muere y reprocha a Dios que no acudiese en su ayuda en las múltiples ocasiones en que se la pidió desesperado. El buen Dios, paciente donde los haya, de divina memoria, le va repasando su vida, explicando al individuo las veces que le mando ayuda en situaciones diversas y no pudo, no supo reaccionar. En el colegio lo del libre albedrío siempre me intrigó, el equilibrio entre la omnipotente/ eternidad/omnipresente/omnisciente y el día a día de los humanos. Confieso que ayer desde la diana, que no fue floreada ni morning glory, sentía que me estaban mandando señales/avisos o recomendaciones, ya me había pasado otras veces. Empiezo con reacciones de los que viven a mi alrededor, nada nuevo, repeticiones a distintas edades, caracteres, personalidades; lecturas en la prensa digital frente al smoothy y la tostada con aceite de oliva español, por supuesto, la calima matutina de LA, el coche en el primer desplazamiento, las reacciones a un artículo anterior, una vecina que te comunica un intento de robo en su coche y acaba contándote su vida, bisabuela de dos a los 71 años, energética, luchadora. Reflexionas y te preguntas si le podrías pedir a Dios que fuese más explicito porque como dijo aquel presidente del gobierno retenido en el congreso de los Diputados a un amigo mí: "Muchas gracias pero no entiendo la contraseña".
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