He visto a una persona morirse, llamar a su madre como si fuese un niño, mencionar en el delirio recuerdos de la infancia que marcaron su vida; aumentar los parches de morfina y la sorpresa de los médicos de paliativos ante la resistencia extraordinaria del enfermo.
Otros se han ido de repente dormidos en la placidez del sueño.
Nacer nacemos de la misma forma, más o menos; salimos del túnel con mayor o menor esfuerzo; morir morimos de muy diferentes maneras.
Las personas de cualquier edad o condición sufren. Se sabe lo que causa el dolor, más fácil de definir que la felicidad; esta puede ser temporal, instantánea, el dolor puede acompañarte por mucho tiempo. Laurence (perdón Sir) Olivier como dentista maligno en Marathon man sabía como hacer la puñeta a Dustin Hoffman para que confesase lo que desconocía.
No se lo que saben los médico de dolor; seguro que saben mucho de sus causas y sus consecuencias, aunque el que sufre es el paciente, el enfermo; curioso nombre ese de paciente porque además de estar muchas veces en posición horizontal debe armarse siempre de paciencia. En los western de Ford o Hawks los vaqueros se afeitaban todos los días, excepto Henry Fonda, y morían de tiros sin sangre excepto Wayne que moría poco; llegó Peckinpah y se morían demasiado, con Leone los extras hispánicos o italianos ya no se rasuraban, duros tipos de Despeñaperros para abajo.
En la II Guerra Mundial, sin importar el escenario Pacífico o Europeo, los japoneses eran muy malos y los alemanes un tanto tontetes y pánfilos, cosas de Hollywood, a veces ponían a uno de buen corazón; un americano como en el sargento York podía matar muchos alemanes com si estuviese cazando faisanes; eso si, morían los protagonistas echándose un último cigarrillo.
Cuando van a salvar al soldado Ryan, los primeros minutos en Normandia son lo mejor, duros, reales, con el agua de las playas teñidas de rojo y deseando que se acabe porque el dolor satura hasta al espectador.
¡Cómo se sentirá el que lo sufre de verdad!
Y habrá quién nunca sufra ¿Por qué?
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