El otro día, una señora, en su plenitud como dicen ahora, me explicaba que por fin se habían rateado de celebrar las Fiestas en familia, o sea que con mentirijillas a las once daban por finalizada la cena y creo que padres e hijos, sin nueras o yernos, se fueron al sobre con independencia.
No quisieron ir a ninguna cena familiar ni ponerse a cocinar para un grupo de parientes, con sobrinitos incluidos que manchan todo y comen muy mal, hacen mucho ruido y no tienen gracia.
Nosotros, los hispanos, somos muy familiares, como somos de achuchón, palmada en la espalda y acogida calurosa.
En las Españas hay cena-comida copiosas varios días y el personal (y eso que dicen que el hambre no se ha extinguido) se muestra agotado por las esquinas , consumido, víctima de duras digestiones y algún ardor guerrero más que otro.
Además dicen que en estas fiestas aumenta la actividad sexual, desconozco los resultados y franjas de edades que cubre.
Hay un pueblecito en la isla de Naxos, del archipiélago de las Cicladas y un valle que a mi me parece bíblico, no se como será la Navidad allí; sus tortillas son estupendas pero en el mes de diciembre puede hacer frío sobre todo si sopla el viento del norte; en verano te proteges del sol, corre la brisa del norte y hay paz; en diciembre la paz debe ser absoluta.
Repasaba yo donde he pasado la Navidad; recuerdo Río de Janeiro, Buenos Aires, Las Palmas, Palma de Mallorca, Mississippi, Santo Domingo, en algún sitio en el Mediterráneo, New Tork, Toronto, Suiza, Estambul..., más o menos con mi soledad.
Luego en varias capitales europeas y algún pueblo maravilloso.
Suena muy exótico supongo, pero en mi corazón busco la paz de Naxos como esa señora la de su cama tranquilla.
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