La prisa es un factor de nuestro tiempo. No es lo mismo un cabrero en una cumbre de Naxos en las Cícladas, que un joven broker en Wall St. o Hong Kong.
Abandonamos la artesanía, la paciencia.
Se aceleró nuestro ritmo con la producción en serie, ya criticada por Charlie Chaplin en Modern Times, ahora todos tenemos más prisa todavía, es como si quisiésemos batir un record mundial constantemente. Incluso para coger el móvil, verificar los whatsapp o distraernos, porque nos aburre la conversación o las personas. No hay nada más deprimente que ver a un grupo mirando al smart, siempre me pregunto ¿Qué miran? ¿Tantas cosas interesantes pasan a la vez?
Lo peor es que tengo la sensación, probablemente equivocada, que miran al vacío.
Este vértigo por la velocidad nos lleva a una visión inmediata, urgente, fugaz, de nuestros actos, en realidad de nuestra existencia. Lo observamos, vivimos, sin darnos cuenta, sin apreciarlo, saborearlo.
El personaje moderno quiere que todo pase muy deprisa.
El moderno, moderno de verdad, también persigue hacer cuantas más cosas mejor.
Nosotros, esos seres humanos tan frágiles, estamos ligados al tiempo. Podremos alargar el tiempo de nuestra vida; los minutos que nuestro corazón late, prolongar nuestra existencia, pero necesitamos tiempo para asimilar, ser niños, jóvenes o ancianos, y en medio esa madurez que se pone como panacea de todo...precisamente por los maduros.
Y a lo mejor miramos demasiado a corto plazo; los políticos ya se que es así, sólo les preocupan las próximas elecciones; miren, pasean y vean el panorama en nuestra España, en los poderosos US, en los ahora patéticos UK, en Francia, Alemania; a los países nórdicos no miro porque son ejemplo de todo, todo al parecer lo hacen bien, desde Dinamarca a Suecia y Noruega pasando por Finlandia y el resto del planeta se equivoca y equivoca sin visión a medio plazo, sin largo plazo, entre vistazos al móvil y al ombligo.
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