domingo, 9 de octubre de 2016

Una herencia peligrosa.

Hay historias que has oído en multitud de ocasiones, repetidas y repetidas, y de pronto te cuenta el mismo hecho otra persona y le da una luz reveladora.
Los testigos directos son los que mejor te pueden describir la realidad de lo que pasó y sin embargo es muy raro encontrar testigos fiables. 
Estaba de visita en un hospital, viendo a un familiar de avanzada edad, casi los noventa, en esta época que se vive mucho más que antes. Persona de cabeza lúcida, memoria fresca y ganas de charlar.
Se supone que visitas al enfermo para acompañarle, confortarle y , en este caso, darle la oportunidad de hablar y hablar mucho.
Al final te vas con la sensación de haber hecho algo útil, porque el tiempo se había pasado veloz y el paciente se había desahogado a gusto. Desgraciadamente también te obliga a darle vueltas a los hechos del pasado, ese que o has presenciado.
A mi en el viaje de regreso, me dió por reflexionar sobre la genética. Parecióme descubrir un gen sin identificar, un gen familiar, que hacía que algunos miembros de la familia fuesen un tipo de personalidad oscura, difíciles de definir o concretar. 
Son personas corrientes, no han conseguido logros que resaltar, han vivido tiempo, han tenido fortuna (en cualquier acepción) y sin embargo han vagado contenidas, encerradas en sus traumas, incapaces de comunicarse y cuando desaparezcan serán catalogadas como auténticos desconocidos. Alguna razón poderosa debe existir.
Me dió la impresión de descubrir la clave. La clave es el padre, la persona alabada por sus éxitos, causante de toda la riqueza y bienestar. Todo ha girado bajo su tutela y autoridad y a la postre todos han sido influenciados muy negativamente, como si no se hubiesen parado a pensar, se hubiesen vendido al confort o no hubiesen sido capaces de rebelarse, oponerse a la autoritas paterna en defensa de su dignitas.
¿Se pudo corregir alguna vez el rumbo? ¿Y los padres e hijos de ahora?

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