En un avión de pantalla pequeñita y personalizada elegí ver "Julieta", de Pedro Almodóvar, lo último suyo.
Me arrepentí al poco tiempo y me aguanté. Luego me repuse con Wes Anderson y el "Gran Hotel Budapest", que ya había visto, este señor no ha perdido el toque.
Un vuelo largo da para varias películas.
Siempre me gustó Almodóvar, desde el principio, sus comienzos, cuando filmaba por la calle, sin medios. Se supone que este director debe agradar a cierto grupo de gente y no entiendo la razón. Un señor al cual la Academia de Hollywood dio un Oscar, escribiendo en castellano, debe poseer algo.
No ha perdido su gusto, sus colores, su cámara, su elección de música, su ritmo, o su trato diferencial a los personajes femeninos. Todos son mujeres, normalmente nerviosas y con todas las variantes que las tendencias sexuales pueden creer. El hombre de Almodóvar se queda atónito y expectante en la frase ¿Y de lo mío qué? No da para más.
Los hombres en el universo del manchego son una necesidad absurda y molesta.
Todo esto sigue igual en la actualidad, sin embargo no hay touch ni gracia, poco humor.
Ya se que las mujeres son mucho más interesantes que los hombres en todo lo que piensan o hacen; sobre todo en su sensibilidad, pero me temo que habrá que buscar otras historias para despertar el interés del personal.
La inspiración de los recortes de periódico, los hechos que le ocurren a la gente son un buen punto de partida; los recuerdos de la infancia son como un yacimiento que se agota. Ahí es donde el universo del cineasta cobra su auténtica dimensión, su cultura, sueños, obsesiones, reflexiones.
Quizás don Pedro es limitado como todos o tiene el reto delante de si mismo de cerrar un poco el pasado y mirar hacia adelante. La nostalgia es triste y negra, en la mayoría de las ocasiones.
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