El Quijote es mágico.
Un niño de apenas dos años, algo resfriado, no respondía a sus estímulos naturales; ni la pelota de fútbol, ni el tren favorito, ni los Duplos de Lego, nada le hacia reaccionar.
Se me ocurrió que acababa de descubrir en un interesante libro, que Thomas Jefferson, en su época de Paris, había leído la novela de Cervante, no sé si creérmelo porque leía latín y griego, pero ahí lo dejo.
Comencé a decir en voz alta el capítulo uno. Eso sirvió para que le contase al chaval quién era Rocinante, le describiese una aventura y captase su interés y atención.
Estuvimos un rato entretenidos.
Luego pensé en alguien que yo conocía, ya fuera de este mundo; un hombre culto y sin maldades, que siempre volvía a leer el Quijote. Justo poco antes de morirse me contaba que había vuelto a empezarlo, no encontraba nada mejor.
Me gustaría ser capaz de demostrar que la gente que ama, y disfruta, con las aventuras del ingenioso hidalgo, es gente de bien. No es que me entusiasmen todos los capítulos, si muchos de ellos. Comparto tanta simpatía con don Alonso como con Sancho y siempre don Quijote me pareció un hombre esencialmente bueno; puede que loco temporal, pero sabio, incluso en su locura transitoria.
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