domingo, 15 de septiembre de 2019

Hemos cumplido, campeones del mundo baloncesto 2019.

Llegó el partido que esperaba, el Argentina -España, baloncesto del bueno, final de la Copa del Mundo, todos los ingredientes servidos. Los titulares de prensa hablaban de partido de corazón en sus juegos de palabras, como si al baloncesto se pudidese jugar sin víscera cardíaca.Vi una horas antes los dos últimos cuartos del Francia-Australia, cuando los gabachos perdían ampliamente, empezaron a apretar tuercas, ganaron el bronce. Nosotros jugabamos por el oro.
Estaba rodeado de nacionales ante la no tan pequeña pantalla. 
Debo reconocer que no me he enterado del partido, entre conversaciones, obviedades, locutores, me he quedado tranquilo, relajado, porque cuando he mirado por vez primera, ya íbamos ganando con comodidad, Scola no era el brillante jugador del torneo, Scariolo rotaba, los del Madrid, en uno y otro equipoos, los cinco, Llull, Rudy, (que tío), Campazzo, Deck,  Laprovittola, destacaban, como Ricky, Marc, Claver. Me dió la impresión que ganabamos, que sabían muy bien lo que hacían desde el pitido inicial. Ergo, somos campeones del mundo y yo sin enterarme. Me acordé de los tiempos del frontón Fiesta Alegre, del TSKA de la URSS, de cuando ganábamos la copa de Europa corriendo, ante unos tipos más altos, preparados, fríos, disciplinados y técnicos, algún yankee siempre nos ayudaba en lo que faltaba. Me gustó el basket en mi cole, con mis blandas manos, como a Pedro Sánchez (horror de comparación). Ahora estos chicos, que gozan de mayor preparación conjunta/cualidades intelectuales que los del balompié, han tenido un premio al esfuerzo, corazón, ganas y cabeza, bien dirigidos. La calidad del rival, gran técnico el argentino, que también se esfuerza, potencia más su incuestionable victoria.

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