lunes, 21 de diciembre de 2020

40.321....cien mil pesetas.

La Navidad de pequeño, disfraz de Diego Valor que no me trajeron los Reyes, tren eléctrico que si,  carbón, pajes, camellos, escaleras de bomberos para ayudarles a subir al balcón de mi casa, frío, algunas veces nieve, todo empezaba el 22 de diciembre con los niños de San Ildefonso que no se si desaparecerán con la ley Celaá, no era una cuestión de la religión impuesta. Se llamaba tradición, de padres a hijos,  En las casas había nacimientos, el portal solo o verdaderas obras de arte, tamaños; conocía un diplomático, coleccionista que en sus tiempos gloriosos de Roma había ido coleccionando figuras que se remontaban a la época del de Asís o las fantasías bellísimas de Nápoles. En algunas hogares extraordinarias composiciones, amigos que contaban con agua en el arroyo, pastores calentándose al fuego o un castillo de Herodes el Grande que daba miedo, a mi lo del castillo de este señor, con sus dos soldados a la puerta me causaba respeto. Me lo imaginaba dando esa orden terrible para eliminar a los niños, varones eso si. Hoy alguna protestará diciendo que las niñas también, que eso es feminismo como en una parodia de Monty Python. El caso es que empezando por la mañana temprano con el sonido de la radio, luego el champagne, cava o El Gaitero, incluso a quién no le gustaba, para celebrar, olía a alegría, aunque nunca tocase. Se decía : la vida, vivir, ya es que te toque la lotería. Llegaron los gringos, Papa Noel, hamburguesas, árbol de navidad, consumo/prosperidad, reparto, porque protestábamos que no había tiempo para jugar al ir al cole al día siguiente.

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