jueves, 17 de diciembre de 2020

DIgnitas.

Ayer una persona me contaba que iba  a ver a sus padres a una residencia, una vez a la semana, tienen ambos 92 años, ambos Alzheimer, dice que lo que más le emociona es verles que van cogidos de la mano siempre. Han aprobado la ley de la eutanasia en el Congreso, llamada también de la muerte digna, este calificativo junto a la afirmación del ministro de turno, el de Sanidad, diciendo que así se demuestra que somos una sociedad democrática y madura, me produce un escalofrío, zozobra, sensación de timo, confusión, tomadura de pelo. No, precisamente, porque dignidad, democracia o madurez, no sean palabras trascendentes, sino porque no las veo en las obras de los que las pronuncian, no veo sus consecuencias a mi alrededor, no me las tramite la sociedad.  Lo de la muerte digna no lo tengo nada claro; es cierto que no he vivido en mis carnes una de esas enfermedades incurables como las sufridas por personas en todos los lugares de este planeta, que piden que se acabe con su sufrimiento, esas situaciones existen, difícil elección, si no crees en nada espiritual si todo se acaba cuando el corazón deja de latir ¿para qué sufrir? El problema es de aquellos que creen que hay otra vida, distinta, indemostrable, sustentada en la fe. Precisamente, en esta fechas se celebrará la llegada a la Tierra de un Niño que algunos creen era Hijo de Dios, muchos apuntados, no se cuantos hasta las últimas consecuencias. Aquel sin miedo, que siempre hablaba de vida y vida eterna; cuando se hizo mayor no hay constancia que le preguntasen si un enfermo terminal tiene derecho a acabar con su vida, se trataba de curar a los enfermos, de darles esperanza, consuelo ¿qué es más fácil decir "tus pecados te son perdonados o decir levantaté y anda"?. Madurez del ser humano, democracia, dignidad ¿dónde?

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