jueves, 6 de enero de 2022

El amigo visible.

Allá en el patio de mi casa que no era particular, o si vaya usted a saber, camino de los siete años, cuando meses después iba a hacer mi primera comunión, en mi barrio, las calles, amigos o conocidos, la mayoría mayores, hablaban en voz baja, guardaban un secreto, que implicaba  a los reyes; la palabra clave era reyes sin que tuviésemos ni príncipe en España; las conversaciones susurradas no trataban de ningún complot monárquico, Estoril no se mencionaba, se trataba de otra cosa. Al volver a casa, no quería hacer consultas con la superioridad, guardaba mis sospechas, digería mi pena; una vez planeamos una vigilia para cachar a los pajes entrando por el balcón, conocíamos las dificultades. si se confirmaban los augurios mi mundo iba a cambiar radicalmente. Las posibles suspicacias porque no hubiese recibido el traje de Diego Valor o aquellas pistolas con un toro en la culata de nácar, el fuerte del 7 de caballería que si tenía un primo mío trasto, hijo único, pesaban en mis dudas más que el Talgo o los trenes Markiln que veía en el escaparate de la juguetería Casa Reyna; al final no llegaba todo lo de la carta, ni tus deseos ocultos, tampoco recibí nunca carbón. El problema era los otros, significaba que aquellos tres hombres eternos no eran magos sino hombres más o menos brillantes que presenciaron algo único en un pobre portal y luego fallecieron como todos, irreemplazables.

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