Pensaba en los atractivos de la final de Copa del Rey, un partido de fútbol, teoricamente emocionante y no me emocionaba.
Ni ver a Marcos Llorente ni a ese jugador Theo que puede venir a dar aire al lateral izquierdo de mi equipo me motivaba. Lo del último partido en el Calderón tampoco. Normalmente suelo ver finales por aprender.
Me daba una absoluta pereza y me hubiese gustado que ganase el Alavés, de donde vino Zárraga ( pariente sin consolidar) al Madrid de las cinco de Europa como capitán.
Así que ni puedo juzgar; pero me creo ( aquí miento) lo que leo y que Messi resolviese; me alegro que Llorente diese un curso frente a Busquets, aunque fuese con turbante muchos minutos. Me importa un bledo lo que dijesen Luis Enrique o Piqué en rueda de prensa, se despidiesen o se quedasen. Da pena que el campo no se llenase, y que sigan dando la lata sobre jugar en Chamartín, que cabe más público todavía.
Sin embargo lo que me frustra, duele, turba es el camino que siguen los llamados independentistas catalanes en este siglo XXI, que comenzaron en el XX, y que es un nacionalismo que no veo vaya a producir ninguna ventaja.
En medio de todo el politiqueo, la política de bajo nivel que hacen los de la Generalitat y que corean directivos de un club de fútbol (que juega el campeonato español); posiciones de jugadores que visten la elástica nacional, cobran y adquieren fama, declaraciones de doble sentido (para los que no quieren oír); derechos de expresarse que todos tenemos y sobre todo incoherencias absurdas con ignorancia de hechos, se pita el himno del Estado, la Federación y la inmensa mayoría de los que hacen posible ese espectáculo.
Luego los medios (siempre contando lo que pasa sin intención) dicen que las aficiones pitaron juntas y se llevaron muy bien.
Somos absurdos.
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