Debo reconocer que los grandes barcos, los ocean liners, me han gustado siempre, amor a primera vista; porque pueden navegar por esos océanos, cruzar el Atlántico a 30 nudos en invierno, sin que afecte demasiado al pasaje o sus actividades cotidianas, reducir a 20 con fuerza 10, con toda normalidad para cumplir con el programa, horario. Llegó el avión, desaparecieron, bueno quedan tres, de la Cunard. No se si en aquellos años dorados de estos gigantes cruzándose en la mar los cantantes de ópera, los divos y divas, cantarían en la despedida o se disculparían como Lasparri. No hubo muchos barcos como el "Americus". Tomasso, Fiorello u Otis B. Driftwood se las arreglan como pueden en un barco con errores porque una factura de hotel es de Milano y una nota a la chica es del Excelsior de Roma, el trasatlántico seguramente salía de Génova, no zarpaba porque no estaba fondeado, es lo de menos. Lo que no hubiese funcionado es la escena del camarote, imposible hoy, el feminismo desatado, todos los movimientos unidos, la vice Harris a la cabeza. El camarote aquel número 58 esta cerca del de la señora Claypool o Herman Gottlieb, en la misma cubierta, es imposible, porque los demás gozan de suites, claro que el barco es el SS Americus, donde que ya suceden muchas cosas imprevistas. Sería inaceptable Tomasso palpando a las camareras o Otis conteniéndose con la manicurista, además llevarían mascarilla y no podrían mantener la distancia de seguridad.
domingo, 24 de enero de 2021
Y dos huevos duros.
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