domingo, 11 de junio de 2017

El Rey de París, en Roland Garros.

La vida es más aburrida que la ficción, a veces.
Rafa Nadal gana en Paris y van 10. Hasta los difíciles perdedores franceses se rinden, no les queda más remedio, no hay otra. 
Y la vida es divertida viendo a Rafa que se lo ha currado, con mucha dignidad, y vuelve a estar donde le corresponde. 
En su caso no hay que imaginarse nada; sin embargo cuando se cuente su historia, si se hace la película, habrá que llenarla de momentos varios, porque la monotonía de ganar Roland Garros no es cinematográfica es simplemente espectacular. 
En el campeón de tierra batida se ve naturalidad, sobre todo cuando está en forma y también cuando no gana. Nunca vi complejos ni miedos en Nadal. Pienso que tuvo una infancia feliz y es agradecido a la vida.
A mi me cansan los que van de falsos humildes, son poco fiables y tienen miedos y complejos, todo en la misma cocktelera
El cansino es Guardiola, libre siempre para manifestarse y equivocarse. 
El entrenador del City, ya en esto simple del fútbol, su profesión, me lo parecía, repitiendo algo de la unilateralidad futbolística, pero en intenciones políticas se le va la olla en español, catalán e inglés, la misma olla. 
Sigue siendo el mismo individuo poco natural de siempre; un tanto acomplejado, refugiado en un trauma existencial triste y lamentable que necesita de la imaginación (peligrosa en este caso) para realizarse. 
Algo en la infancia de Pep le lleva a buscar sus satisfacciones personales rodeado de cortos idearios, de cortos de vista mentales. 
Ahí la vida no resulta tan divertida porque la gente se cree cualquier cosa de tanto repetirla.

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