sábado, 17 de abril de 2021

Dreamliner o los extremeños se tocan.

Dreamliner, es el nombre de un producto de la factoria de Seattle, un avión de pasajeros, un bonito nombre, fantástico como sólo ellos saben hacer aviones, a veces les salen muy bien, en un complejo conjunto de factores, otras se equivocan. Me siento como Phileas Fogg, hay tipos que así se llaman, que ya me gustaría, jugar al bridge en su club, o más bien como Willy Fogg apostador que se juega con honor la vuelta al mundo patrocinado por Iberia Líneas Aéreas, ahora One World, cantado por Mocedades. Dejo España con mi PCR, vuelo a Alemania, UE todavía, mis respetos a frau Merkel, cruzaré el Atlántico hacia San Francisco, veré el Golden Gate, Dios mediante, luego el Pacífico, destino Sidney, todo esto si Dios quiere, si las autoridades me lo permiten, no pasa nada, la covid-19 no aparece. Tras vicisitudes varias he tenido que modificar la intención de viajar por el Este, más corto, pero las aerolíneas de Oriente Medio cancelan vuelos, la situación en Australia, requisitos, intereses, hacen que los vuelos que llegan desde Europa sean más posibles cruzando el Pacífico. Me siento, ya me gustaría, como uno de esos marineros que se tiraban a la aventura desesperados, ilusionados, jovenzuelos, como aquellos extremeños del siglo XV, no creo que fuese ninguno con mis años a cuestas, sin tatuajes. Dejo España, la vieja y civilizada Europa, la escéptica de las vacunas, la de los excesos de desinformación, la poca reflexión; dejo al Madrid en semifinales, agotadito, segundo en la liga peleando, no hay toros, hay vulgaridad por todas partes, hay elecciones, terrazas; voy con mascarilla, escudo facial, en fin un número. Cuando vuelva si regreso sólo tengo una certeza, la covid seguirá si no habrá otros para recibirnos, ya lo creo que habrá otros.

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