domingo, 14 de agosto de 2016

Leer un cuadro, Caravaggio, ver una película, Pasolini.

Desconozco lo que tienen en común Caravaggio y Pasolini, bueno son italianos, del norte, artistas, creadores, observadores del mundo, de vidas intensas, con peligros muertos en extrañas circunstancias sin resolver por completo, en su plenitud de vida.
En el mismo día pude admirar algunos cuadros de Caravaggio en la exposición del Thyssen, no tantos como me hubiese gustado; la muestra se completaba con otras obras de admiradores o seguidores, en el norte de Europa.
Hay que ponerse en su tiempo finales del XVI, por temas, mecenas (un cardenal poderoso), cultura o gustos. Los temas religiosos fluyen con facilidad. 
Hay un cuadro que es el entierro de Cristo, pintado también por otros de sus admiradores, artistas con la capacidad para trasladar el cuerpo de un bello modelo al lienzo y plasmar el momento para la eternidad. 
Y ves la cara de los otros actores en los cuadros, santos u hombres piadosos que sienten pena, desolación ante un cuerpo sin vida de alguien a quién querían, pero ¿creían que ese cuerpo muerto era el del Hijo de Dios e iba a resucitar?
De Pasolini se podía ver Mama Roma. 
El público, que hablaba como la marabunta, era de media superior a los 65. Versión original italiana con subtítulos. 
La peli no es sólo Anna Magnani, aunque la llena, ni la Italia post Segunda Guerra Mundial, post fascismo. Italia siempre es capaz de empezar una guerra en el bando vencedor y acabar en el bando vencedor, pero cambiando de bando, gran capacidad de adaptación.
Pasolini cuenta en imágenes y palabras la vida de una madre prostituta de gran temple y personalidad capaz de sobrevivir a casi todo, frente a un hijo de 16 años perdido y sin ayuda. 
Los recuerdos del maestro se mezclan con el paisaje desolador de una Roma nada imperial, más bien de barrios de las afueras que pretenden salir adelante con el Plan Marshall y la disposición italiana para reinventarse, como única salida.

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