lunes, 25 de diciembre de 2017

Cuento de Navidad.

Dejé el  frío de los Madriles para coger un vuelo a Londres, abandoné el sol y la luz. 
Te crees que eres el único que viaja en Nochebuena, aunque no es así, la gente, otras personas, se ven obligadas a hacerlo, con niños, enfermos o gente con dificultades para moverse. Al final hay ilusión, que es lo que mantiene un poco el ambiente. 
Londres es enorme y la Distric line está en obras, por esta razon me he dado una vuelta mayor de lo previsto. He procurado no perder la calma, recordaba, según me habían contado desde pequeño, que en ese pueblo llamdo Belén, hace más de dos mil años, una pareja no encontraba sitio donde pasar la noche. El lugar era extraño, se encontraban de paso y lo más apremienta era el embarazo avanzado de la mujer. Ocurrió lo que tenía que ocurrir y nació un Niño. Pocos fueron los afortunados que le vieron la cara o oyeron sus lloros. Entre ellos unos pastores, avisados, y luego tres hombres sabios y magos, como reyes de lejanos países, dedicados a observar el firmamento que siguieron una estrella. Se juntaron sucesos cotidianos, como el censo de un emperador, mucha gente en la ciudad, el frío de Judea, y los soldados romanos intentando imponer el orden de Roma.
Di gracias por encontrarme en ese cacao de ciudad, enorme, que nunca me imagino como sería en el siglo XVII o XVIII, cuando el resto ni aspiraba a sus dimensiones. Me veía peregrino como el resto. El caso es que nada más llegar me fui a un pub, que hay muchos en mi zona, me tomé una half pint de Guiness. Me pregunté y, me respondí, el Niño acaparaba todos los focos, pero la madre, la madre, tiene un comportamiento excepcional.

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