sábado, 2 de diciembre de 2017

Las fotos son también lo que son.

Hubo en una gala de los Oscars en Hollywood (Cooper, Streep, Pitts, Roberts, Lawrence, etc...) un selfie, de la presentadora, que marcó época y no se si recuerdan que Kevin Spacey aparecía por detrás con su cara, típica, diferente a cuando esperé a la puerta del back stage del Vic Theatre en London e iba de divo, mal educado, agotado, después de actuar en The Philadelfia story ¿Por qué estaría tan extenuado y cansino entonces?.
En aquella ocasión los que posaron eran muy profesionales.No hicieron fotografías, ni yo en el Vic.
Las fotos entraron a mediados del siglo XIX, poco a poco en nuestras vidas. 
Ayer me dediqué a ver fotos de otras gentes conocidas, algunas de finales del siglo mencionado, otras de la primera mitad del XX y posteriores. Se encontraban en grandes cajas. Las de color (algunas) iban perdiéndolo, como en Back to the future; las de blanco y negro exponían las vidas, gestos, de personas, adultos y niños. De pronto reconocía una expresión, me parecía adivinar un sueño, una tristeza o una alegría. En los rostros de los más pequeños sólo había inocencia.
Ahora todo el mundo tiene un smart, bueno hablo de eso que llaman civilización. No es una cosa tan reciente en nuestros 5 o 6 mil años de Historia de la Humanidad lo de poder inmortalizarse con garantías. Hasta ese siglo XX, donde tantas cosas ocurrieron, un cuadro, una tablilla era el mejor de los recuerdos. 
¿Quién podía permitirse un cuadro? Los reyes de las Españas llamaban a don Diego Velázquez para que les retratase una y otra vez y don Francisco de Goya también cumplía con sus obligaciones. Menudo nivel de calidad.
En estos tiempor digitalizados, hay mucho selfie y no se como se verán esos productos en cien años o porque otro invento serán reemplazados. Lo curioso es que me da la sensación que perduran para los vivos, no para aquellos que ni recuerdan cuando se hicieron esa foto y buscan, buscan, el tiempo perdido.

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