viernes, 8 de diciembre de 2017

La tristeza de la pronografía.

No conocía su nombre, Mercedes Grabowsky, ni su nombre artístico, August Ames, ni había visto su cara, ni sus películas, que son porno. Una actriz porno, al parecer de talento porque le habían premiado en esa industria de éxito, desaparece de pronto. Muy jóven, un cuerpo fantástico sin duda, dada la competencia, algo más y mucho menos para acabar suicidándose a los 23 años.
Debo reconocer que eso de hacer porno siempre me pareció un trabajo muy duro, extremadamente arduo y difícil, que había que valer, no sólo en los cometidos exigentes que demandan los agudos guiones pornográficos. En mi criterio lo comparaba con un forense, un enterrador, embalsamador, o un político normal de los que aparece en cualquier momento en nuestras vidas. Debe haber gente para todo y en esa llamada industria hay muchos dólares y otras monedas. 
Nunca lo he entendido bien porque eso del porno cansa a los pocos segundos. No sólo te apabullan con sus atributos, sus dimensiones, perfecciones, resistencia, flexibilidad y demás cualidades, sino que resultan cansinos, vulgares y sobre todo aburridos, faltos de gracia, humor, gusto, clase, sensibilidad o capacidad de error, poco humanos. Claro que el llamado ser humano es el único animal que práctica el porno. 
Hay que respetar el trabajo de cualquiera y el porno debe requerir una extrema profesionalidad, pero es un trabajo triste, donde el ser humano que lo practique ( necesidad o gusto) no me creo mucho que sienta su vida llena de ilusiones, sensaciones y satisfacciones plenas. Probablemente, habrá profesiones y trabajos peores.
Lo curioso es que los suicidios tienen algo de pronográfico, triste.
Todos los suicidios tiene un mucho de fracaso, de que algo no funciona correctamente. No quiere decir que los que no se suiciden funcionen correctamente, pero se podría decir que no se rinden, que lo intentan ¿Qué te lleva a ahorcarte en California, o en cualquier sitio, a esa edad?

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