viernes, 11 de septiembre de 2020

Dos torres.

Han pasado casi veinte años de aquel martes de 2001, no lo puedo olvidar cuando me despertó, de una especie de siesta del carnero, una llamada a cobro revertido desde NYC, donde habíamos veraneado, a mi despacho. Me dijeron que pusiese la tele, disponía por mi trabajo de muchos canales, aquella persona lo observaba en directo me contaba lo que había visto y veía desde Times Sq; de pronto distinguí una mota pequeña en la pantalla que viraba contra la Torre Sur intacta todavía, la Norte ardía, había recibido el primer impacto; mientras mantenía el teléfono me dije no es una avioneta ligera es un avión comercial de dos turbinas, la imágen se fue agrandando. Luego hubo otras tomas, mucho mejores, la gente tirándose de los edificios en llamas y el colapso impresionante, demoledor, de las dos. Cabría preguntarse si el mundo ha cambiado desde entonces. No mucho, la verdad.  No me lo ha recordado el 11 de septiembre, ni Casanova (otro camelo) ni las ofrendas con coronavirus ni las peticiones de reivindicaciones ni el asunto del FCB con sus traumas ancestrales, ha sido un artículo en el New York Times donde dicen que el hambre afectará a 250 millones de personas por el covid-19 y una foto. Una niña afgana de 10 años sostiene en brazos a su demacrada hermana, sin vitalidad por la falta de alimentos que tiene año y media, la muerte o la vida reflejadas en su cara. Alguien puede argumentar lo que le venga en gana, me da igual, ese rostro estaba acusándome de no hacer nada, a mi directamente, y te das cuenta, una vez más, de la estupidez, cobardía, egoísmo, generalizados del género llamado humano.

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