miércoles, 7 de diciembre de 2022

¿Qué queda del testigo?

 

Entre el buen frío y el sol hay siempre gente que has visto muchas veces, hasta un día, de pronto no están. Cerca de Castellana 138, del portal de la vivienda, esquina Concha Espina, más o menos guarecido de las inclemencias del tiempo, apoyado en la pared o medio reposando en una silla pequeñita plegable, había una persona, siempre. Un hombre, para más señas, probablemente medía poca más de 100 centímetros, o menos, con unas gafas oscuras, gruesos los cristales por su miopía, del cual era incapaz de adivinar su edad. Vendía lotería. Supongo que la esquina se considera estratégica a escasos metros de aquel kiosko al 20% cuando Chamartín llevaba por poco su nombre y mi padre quería entradas de primer anfiteatro en un partido contra el Atleti, con más de cien mil personas, como la cosa más natural del mundo, y las conseguía. El kiosko fué absorbido por el tiempo, el sistema electrónico, las distintas obras de remodelación, el progreso del país. Aquel vendedor vió pasar todas estas escenas sabiendo que seguramente, no al 100%, no crecería ni sería lo que llaman normal o como el resto que hasta pueden trabajar aunque el rendimiento sea otra cuestión. Supongo que es ser escrupulosos pensar que, además de comprar alguna vez los décimos, pocas, nunca le ayudé o quizá son los libros que leo que desgraciadamente te hacen pensar, replantearte cosas, de todas maneras creo que hay un testimonio de algo.

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