jueves, 20 de agosto de 2015

Cine al aire libre

Cuando se acabaron los cines al aire libre, por aquello del aire acondicionado, se mejoró en calidad de imagen y sonido pero se perdió en ambiente y olores.
Los del barrio de Madrid contaban con las pipas, sillas de madera ruidosas, la gente cruzando la pantalla en busca de un botellín, una horchata, e incluso una película de toros y los caballos muertos en la plaza; se mezclan los recuerdos con la luna brillando y la sensación de trasnochar y hacer el golfo. 
Luego los drive-in en las Españas te ponían a la altura de American Grafitty, aunque los altavoces seguían siendo asignatura pendiente y los modelos de autos no eran tan cómodos para retozar como en las películas.
En Beverly, en el barrio que dirían algunos, he visto dos películas Lego movie y The Young Frankenstein; distintas épocas, distinto público. En la de dibujos había más mantas de pic nic y niños, más gente.
El lugar una especie de jardín; un político dijo unas palabras en Beverly Cannon Gardens y el bar Bouchon podía suministrar viandas a precios elevados; además al ponerle un nombre francés, parece a los ojos de los gringos que todo es excelente.
Los pic nic que veo son menos sofisticados. 
No me importó ver la obra de Mel Brooks y Gene Wilder; en realidad pienso que es este último el que otorga los verdaderos toques de calidad del guión, porque Brooks no puede salirse de sus tópicos, su deseo de cantar, o sus bromas sobre alemanes y judíos.
Me la sé casi de memoria y no me importó ni la pantalla inflable ni la calidad del sonido; tampoco la calidad del Chardonnay de California que me ofrecieron; la luna quiso venir a verla también.

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