Hubo una época en que las Españas derramaban mucha sangre en el Protectorado Español, parte del actual Marruecos, y siempre digo que no hemos tenido nuestro John Ford que lo contase.
La dura realidad diaria se desarrollaba en terreno muy difícil, abrupto, duro y hostil; montañas, clima, costumbres y religión se confabulaban contra el invasor; adversidad en el territorio ancestral de un pueblo tribal, que gozaba de una puntería mortífera como si su vista se hubiese agudizado a través de los siglos. A esos tiradores extraordinarios les llamaban "pacos".
Se buscaron muchas soluciones políticas y militares con resultados varios, materializados en mucha sangre, y muchos muertos.
Uno de los factores fundamentales cuando se ocupa un territorio donde algunos, o muchos, no te quieren, es conocer el pueblo, mentalidad, idioma, intentar ser uno de ellos, que ellos te respeten y no te traicionen. Las harkas fueron una solución práctica que dio sus buenos resultados.
Quizás mi reflexión cuando pienso en esos días no se centra en estos razonamientos anteriores, que no me parecen disparatados, sino en las razones de aquellos jóvenes guerreros para ofrecerse voluntarios al Tercio de Extranjeros o a los Regulares.
Voluntarios que de pronto se encontraban en berengenales como los de Ford Apache o Little Big Horn.
Ni ellos mismos sabían explicarlo aunque en alguno la ambición, hacer carrera, fuese el detonante; sin embargo me quedo con aquello más simples, lacónicos y directos que no se andaban por las ramas.
Ellos decían:
"Las balas son como las cartas; antes de salir tienen su destinatario y no vale decir que no estas en casa".
Y es que hay que no tener mucho miedo y sí un poquito de suerte.
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