miércoles, 12 de agosto de 2015

Flores en el pelo.

Algo tiene San Francisco, California, que me gusta, desde la primera vez que la vi en una sala de cine.
Viniendo del este de montañas, curvas y carreteras, que no parecen la imagen típica americana, me desvié a la preciosa bahía, iba  a visitar la ciudad con más calma, pero sentía ganas de ver otra vez el puente. 
El tráfico por la tarde de salida impresionaba por sus largas colas, millas y millas. Llegué a Oakland, me tope con el palacio de los Warriors que había visto por la televisión cuando ganaron sabiamente, las finales de junio, contra Lebron y las bajas de Cleveland; allí estaba Berkley y sus rejas y más tráfico y la bahía se presentó espléndida, hermosa. 
Tras una curva pronunciada apareció el Bay Bridge casi del mismo año que el otro, pero no lo mismo y llegué a la península.
Antes de rendir pleitesía al Golden, subí y bajé las impresionantes cuestas con un todoterreno enorme que te dejaba suspendido y a merced de tus frenos, no como Bullit y la peripecias de Steve Mcqueen o los especialistas de turno con sus Mustang manuales. 
Respeté lo que pude a los tranvías, que los turistas esperan más de una hora para volver al pasado y cogí Fillmore St para llegar a Presidio pasando por Fisherman Wharf, un tanto adulterado
En Presidio el Golden Gate me esperaba desafiante y hermoso con olor a percebe gallego.
Los españoles fundaron misión Dolores y la fortaleza bajo un puente que no existía y dejaron marcada esta ciudad que mira al Pacífico y tiene mucho chino en Chinatown. Esta ciudad destruida y reconstruida tiene pocos rivales en USA.
Sin embargo no tenía mucho tiempo, al día siguiente sería otra cosa y además... no llevaba una flor en el pelo.

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