Algo tiene San Francisco, California, que me gusta, desde la primera vez que la vi en una sala de cine.
Viniendo del este de montañas, curvas y carreteras, que no parecen la imagen típica americana, me desvié a la preciosa bahía, iba a visitar la ciudad con más calma, pero sentía ganas de ver otra vez el puente.
El tráfico por la tarde de salida impresionaba por sus largas colas, millas y millas. Llegué a Oakland, me tope con el palacio de los Warriors que había visto por la televisión cuando ganaron sabiamente, las finales de junio, contra Lebron y las bajas de Cleveland; allí estaba Berkley y sus rejas y más tráfico y la bahía se presentó espléndida, hermosa.
Tras una curva pronunciada apareció el Bay Bridge casi del mismo año que el otro, pero no lo mismo y llegué a la península.
Antes de rendir pleitesía al Golden, subí y bajé las impresionantes cuestas con un todoterreno enorme que te dejaba suspendido y a merced de tus frenos, no como Bullit y la peripecias de Steve Mcqueen o los especialistas de turno con sus Mustang manuales.
Respeté lo que pude a los tranvías, que los turistas esperan más de una hora para volver al pasado y cogí Fillmore St para llegar a Presidio pasando por Fisherman Wharf, un tanto adulterado
En Presidio el Golden Gate me esperaba desafiante y hermoso con olor a percebe gallego.
Los españoles fundaron misión Dolores y la fortaleza bajo un puente que no existía y dejaron marcada esta ciudad que mira al Pacífico y tiene mucho chino en Chinatown. Esta ciudad destruida y reconstruida tiene pocos rivales en USA.
Sin embargo no tenía mucho tiempo, al día siguiente sería otra cosa y además... no llevaba una flor en el pelo.
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