lunes, 10 de febrero de 2020

Una noticia en la basílica de la Natividad, Belén.

Me dedico a indagar, intentar saber, sobre el Jesús histórico, no el de la fe; del Jesús histórico se sabe muy poco. Acabo de terminar ayer, precisamente, un tomo de John Meier, donde afirma que probablemente nació en Nazareth. No es lo esencial. No pude evitar sentir ganas de expresarme sobre un suceso.
Hace ya dos años que ocurrió, no sé si es mucho o poco tiempo, pero me parece una cuenta pendiente. Yo no estaba cerca, no pude vivirlo, aunque si sentirlo, fundamentalmente por los que se quedan todavía dando el callo. Hace dos años se nos fue, del día a día, alguien de mi mismo nombre, con el cual compartí profesión, experiencias, amistades, siempre con gran amabilidad, rara vez perdiendo su sitio en medio de las presiones o el comportamiento de otros, tranquilo en la tormenta, sacándome de algún momento de meteduras de pata mía. No hablamos mucho de fe, nunca nos confesamos nuestras creencias. 
Recuerdo que estaba en Belén, donde la tradición evangélica dice que nació el Hijo de Dios. Un padre franciscano nos hablaba en el lugar donde San Jerónimo tradujo la Vulgata, la Biblia al latín, luego se celebró allí una misma para nosotros, unos pocos peregrinos amontonados. Antes de entrar en la basílica de la Natividad, esa cueva, de hacer colas, de ver el lugar donde la tradición afirma que el Niño-Dios nació, un whatsapp de esos que te sorprenden, estés donde estés, decía que repentinamente, sin avisos ni alarmas, mi tocayo había fallecido en Madrid. Es curioso porque después del golpe, perdido entre la gente, pensaba en el lugar donde estábamos, lo que representa, la verdad o no, pensaba que si esa triste noticia era verdad, si ese Niño era Hijo de Dios, naciese donde naciese, mi tocayo estaba  de alguna forma viéndonos, sonriendo, como siempre había hecho. Eso es lo esencial.

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