domingo, 9 de febrero de 2014

¿Goyas y los hispanos?

El cine es mágico, me ha aportado grandes momentos, muchos, me ha hecho soñar y disfrutar, creo que también aprender, respetar y adquirir mayor sensibilidad. No se bien que es eso del cine español, aunque disfruto con una buena película cuando la veo, lo bueno y el arte no entienden de nacionalidades. 
Se que ha habido, hay y habrá grandes y brillantes cineastas, que no nombraré, desde los Don Luis eternos y Rafael Azcona  hasta los más reconocidos internacionalmente. Me emociona ver a gente disfrutando de su profesión, haciendo películas y contando historias como decía Mr. Ford, principalmente si tienen calidad y talento, y aquí los hay. Luego viene la política y el ministro del ramo no asiste a  un acto por no pasar un mal rato o porque está harto y se fabrica una excusa, debería haber dado el callo, aguantado bromas de mal gusto y pasado un mal largo momento. Al fin y al cabo es voluntario en su servicio. Pero es mejor hablar del mundo del cine.
Con el tiempo se inventaron los premios Goya, se eligió al genial pintor como icono, se creó la Academia y se hace una gala anual donde se fusila el tan criticado show de Hollywood con todos sus tópicos e inventos, agradecimientos y discursos, medios y capacidades, adaptados a la mentalidad y humor nacional (¿ o mentalidades?) y al presupuesto. El genio de Millán Salcedo los imitó en una de sus primeras noches y siempre me viene a la memoria su agudeza y capacidad para captar la esencia. Y ahí seguimos.
Las cosas que me llamaron la atención de la última ceremonia no son nuevas. Goya era muy hispano y creo que las galas son hispánicas por dos razones. Son tipo "Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como". No sólo están allí los del "mundo del cine" sino que presumen de ser los poseedores, sacerdotes y dueños de la cultura, la educación y el buen hacer de los españoles; no sólo son genios brillantes todos que representan al pueblo, son los poseedores de las virtudes y el saber de los españoles, todo lo que hacen es perfecto, lo que no hacen es porque no les dan dinero y la autocrítica no existe en un corporativismo cateto e insubstancial. 
La otra es que esos sacerdotes del corazón humano, aún siendo actores se suben a recibir premios o presentar y hablan mal en general; yo supongo que de actuar saben mucho, pero, la mayoría, cuando agradecen emocionados y dichosos en un escenario (que se supone es lo suyo) son como la otra inmensa mayoría de los españoles que no sabemos hablar en público y la imagen es un tanto zafia y hortera, ruidosa y superficial ¿ Realmente somos así?
De pronto surge la figura de Don Jaime de Armiñan nos traslada a Paris, sus recuerdos de 1945, y nos deja que pensemos un rato, que quizás no vamos a la esencia y nos quedamos en la superficialidad de nuestras aproximaciones, él lo expone entrañable y humilde con dos baturricos mayores cantando una jota en un cabaret. Azcona y los Don Luis hubiesen aplaudido a rabiar y esbozado una sagaz sonrisa. Hay esperanza.

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