domingo, 20 de noviembre de 2016

Al pie de una cama sin equipaje.

Esta vida diaria, este mundo cotidiano no son el lugar idóneo para reflexionar; vivimos o mal vivimos o simplemente nos deslizamos como burros con orejeras, concentrados en nuestro carril, sin perspectiva, de esta forma casi todo nos sorprende. 
También la muerte.
Sobre todo a los humanos de infantería, pateadores de asfalto o de hierbas del campo, sin embargo cuesta entender que la muerte llame a la puerta de un cardenal anciano, en plenas facultades, y le sorprenda. No se trata de Mr. Trump, sino de un príncipe de la Iglesia.
Este cardenal, sabio y ambicioso, había sido candidato firme a Papa y junto a su lecho de agonía se encontraba el Papa del momento del cual había sido mentor. Le pide que le responda ¿Qué se va a encontrar?
El Papa, sacerdote raso al mismo tiempo, debe contestar a un ser humano agonizante sobre una cuestión fundamental, directa e ineludible. El cardenal reposa en su lecho, no lleva maleta, va a comenzar un viaje desconocido, todo lo que ha acumulado no le sirve para nada.
Supongo que hay dos respuestas. Una habla de nada, cero, vacío u oscuridad, como la raya continúa del electro cuando el corazón deja de latir, un pitido infinito que el muerto no oye. La otra de que mueres pero no mueres, pasas a otra dimensión desconocida. Y todo esto es una cuestión de fe.
La fe es algo raro y a la vez muy sencillo. La fe no tiene nada que ver ni con la razón, ni los estudios ni la inteligencia, ni la condición social ni el dinero, éxitos mundanos o triunfo electoral y dicen que es un regalo, un don.
Hay un pasaje en los Evangelios donde dos ladrones están muriendo en muerte de cruz junto a otro hombre que lleva inscrito en su condena el cartel de Rey de los Judíos. Hay uno que se resiste a morir quiere que le libere el Rey de los Judíos porque dicen que tenía poderes mágicos , el otro le pide que se calme que ese hombre no ha hecho nada malo, que le deje en paz. Entonces el llamado Rey de los Judíos asegura al hombre tranquilo que estará con Él en el paraíso. Y aquel ladrón le creyó, de pronto creyó en la no oscuridad o quizás había creído toda su perra vida.
Al cardenal no le dan una respuesta tan sencilla, pero encuentra la paz para el viaje sin maleta de milagro.

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