viernes, 25 de noviembre de 2016

La noche de Thanksgiving.

No es una noche hispánica, ni en las autonomías que nos llevan de orza; es un gesto, una tradición del mundo anglosajón, sobre todo de los yankees. Allí si tienes que pasar esa noche solito, es que no le preocupas a nadie. Aunque muchas veces en grandes compañías tampoco preocupas.
No sólo es el rollo de los viajes de un lado para otro en ese enorme país; los precios, el Black Friday de ahora o el pavo enorme que no cabe en nuestros hornos, las películas y las bromas. Hay una connotación que no es de este mundo, de algo por encima de nosotros que merece un agradecimiento.
Supongo que siempre hay un buen momento para dar gracias, además es bonito dar gracias; tiene algo de educado, gentil o amable, de reconocer que mucho no somos y que prácticamente estamos de milagro. 
Somos extremadamente frágiles.
Cada día hay una, o varias pruebas, la mayoría se convierten en llamaradas, reflejos o sustos, y de pronto nos llega u oímos algo que realmente nos impresiona y se nos ponen los pelos de punta si nos sucediese en nuestras carnes.
Como la lotería de los cromosomas. En casa compraron un calendario de niños para una fundación del síndrome de Down ¿Cómo no se va a contribuir a ese diminuto esfuerzo?
Luego oyes, ves, compruebas, que esas familias tienen algo, han descubierto algo en la convivencia con sus niños que no se encuentra en ningún lugar. Supongo que los hermanos de estos niños de las fotografías entienden muy bien a lo que me refiero.
Aquí, en algún lugar de las Españas, en un colegio público, se pide que no se decore con belenes porque son motivos religiosos, pero ¿Qué es la Navidad? 
Debo estar equivocado medité que era la celebración de un Niño en un pesebre, junto a un buey y una mula y lo maravilloso, la noticia, es que algunos pensaron, y yo lo pienso, que era el Hijo de Dios, con lo que ello implica. 
Es una pena que esos pastores no puedan declarar en la Audiencia Nacional lo que vieron.

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