martes, 10 de abril de 2018

La guillotina de cartón y papel.

Me he metido a leer un libro sobre la revolución Francesa escrito por una yankee, de esos señores que dan clase en Harvard y venden. Ya veré como me sabe la experiencia. Estoy en las primeras páginas y en ese Paris más pequeño y muy inquieto, en esa Francia convulsa las noticias debían volar a su velocidad y las palabras tenían su significado puro y duro, sin matizaciones. 
1789 y los años de  "La Terreur", 1793/94, giraban alrededor de ese instrumento de gran eficacia llamado guillotina, un miedo físico reinaba. Bien hemos mejorado en la mayor parte del mundo. Se muere porque no somos inmortales, pero sin guillotina.
Iba a decir una frase, algo así como: "el mundo es absurdo", pero me da la impresión que equivale a un simple taco, aunque algo más fino o profundo, cursi o filosófico. Tampoco me vale lo del ser humano es absurdo, aunque puede que se comporte de manera absurda en muchas ocasiones. Son las noticias,  los titulares, los vaivenes diarios los que me conducen a esa frase que crea una sensación de falta de esperanza. 
De pronto leo que Hillary Clinton -que al parecer sigue pretendiendo algo- les dice a los de The Guardian que el acuerdo sobre Irlanda puede sobrevivir al post Brexit si los gobiernos cooperan. Nadie se inmuta. Equivale a que un abogado diga en un divorcio que todo se puede arreglar si llegan a un acuerdo razonable. Es decir no ha dicho nada. Los que guillotinaban no usaban los argumentos inteligentes emanados de la gran sabiduría de la ex secretaria de estado y casi presidenta.
Pero el arte está en que el periodista consigue algo y se queda tan contento. Y hay que dar noticias todos los días, salir en las redes sociales, sobrevivir sin capacidad - o colaboradores que piensen y trabajen por ti- para decir una simpleza que cuele. Somos demasiados, demasiadas noticias, demasiadas redes, quizá poco tiempo para asimilar demasiadas nadas. 

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