martes, 17 de abril de 2018

Del Espíritu de San Luis al mundo real.

Limbergh también dió sus cabezaditas ¿o lo hizo James Stewart?, ya no me acuerdo.
Hubo otro tiempos en los cuales viajar era un auténtica aventura, cuando los mares se cruzaban en barcos que se tomaban su tiempo, se hacían amigos y hasta enemigos, no había jet lag. Podías llegar como una rosa y un maletero se encargaba de tu equipaje, si podías permitirtelo. Dejabas el West Side, los muelles de New York, el Nuevo Mundo, para regresar a la vieja y civilizada Europa. Todo bajo el implacable factor del tiempo, condicionante de los humanos.
Viajar, navegar o volar, hubo unos días en que ir de un lado a otro fue un verdadero placer...al menos para algunos. Y lo sigue siendo. 
Cuando vas en un avión miras alrededor y ves a los pasajeros (sobre todo si va lleno) cada uno a lo suyo, con sus problemas, ilusiones, pensamientos, sueños, incluso con su mala educación o malos modales, su belleza o su inocencia. Si vas en turista la aglomeración , los pasillos llenos,  a veces la reproducción de unas galeras sin remos. Los que disfrutan de la zona de proa pueden vivir en un mundo de silencio, lujo y paz. Depende de la compañía, modelo de avión, distribución o duración del vuelo. Si sales al anochecer, cruzas el Atlántico y tomas en Europa a las 6.30, no da tiempo para mucho. Los de la dotación están deseando que acbe su jornada de trabajo y descansar, los pasajeros-sufrientes o fervorosos- también necesitan volver a la realidad. Lo bueno de estar al nivel de vuelo ordenado es que es ficticio, aunque real, y se acaba para bien o para mal. En ocasiones, da pena.

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