jueves, 3 de mayo de 2018

El hombre que mató a Don Quijote.

Desconozco su nombre, el del supuesto asesino, que puede que sea inocente. Me refiero a la película de Terry Gilliam, que tanto ha costado finalizar y que sigue siendo como un pozo sin fondo. La verdad es que don Quijote murió en la cama y tuvo suerte de no haber fallecido en el campo, de La Mancha. Sus aventuras podrían haber acabado de otra forma más trágica y como dependían del ingenio de su autor, acabaron como acabaron. La forma de contarlas es lo meritorio. 
Hay dos cosas que tenemos todos en común, una es que morimos y la otra es que hay un factor desconocido, indefinible que vuela sobre nosotros y actúa aleatoriamente, la forma. Hay quién lo llama suerte. Este factor hace que el final pueda ser distinto. El final en los humanos suele ser como el tope de una vía de tren o una vía muerta. Hay radica la diferencia.
ETA anuncia su final. Se escucha, se divulga, pero, como todo lo que ha dicho siempre, suena a mentira, propaganda e intencionalidad política medio oculta. De ETA se puede hablar y mucho, todo triste, lamentable y manipulado, sórdido y cutre, una taradez humana justificada desde unas ideas que no son ideas auténticas, sino adaptadas a las circunstancias e intereses de unos llamados marxistas/leninistas/medio maoístas o simplemente nacionalistas furibundos, un tanto cerriles e ignorantes. Otra prueba del marketing comunista que siempre da juego. Ahora pretenden contar el final, como si no hubiese pasado nada, un final dulce, bucólico y lleno de mezquindades.
Al final llegamos todos, la forma varía. 
Igual me pasa con Kiev, no se si ir o no ir. La forma, el cómo, influyen, pero el resultado final también, porque la vuelta puede hacerse muy larga.

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