sábado, 19 de mayo de 2018

En London, sin ir al peluquero.

Ya lo ha dicho el comandante al iniciar la aproximación a Heathrow, si miran por babor podrán ver Windsor. En efecto se veía.
Un día espléndido en la capital del ex  imperio ahora sumergido en el Brexit. No paro allí la cosa, en la T5 de One World había un befeeter y otros dos de uniformes de época para hacerse fotos con los turistas. Lo de una boda del recién nombrado por su abuela duque de Essex con la actriz americana es una realidad, repleta de celebrities y sombreros despampanantes o peligrosos para los ojos, que de todo hay.
Como estoy leyendo un interesante libro sobre la revolución francesa, me entraron ganas de hacer una broma con el comité de bienvenida, pero desconozco si el humor inglés da para tanto.
En una pantalla enorme del aeropuerto la gente se paraba con sus carritos, maletas o bolsas y miraban la llegada de invitados a la magna ceremonia. Nunca algo que importase tan poco despertó tanta expectación.
El Uber lo conducía un emigrante de los muchos que fue dejando el ex imperio, un tipo educado. No le importaba nada el enlace de los royals y su gente. Prefería hablar de fútbol, un fan del Arsenal que se había quedado en los años dorados de Wenger. Sabía de los problemas de Benzema para jugar con Francia y consideraba a Trump un racista torpe y contestado por casi todos. Un conductor de Uber no es como un taxista de los que suplantaba Manolo Morán o Tony Leblanc por las calles y tascas de Madrid. Londres es diferente en casi todo.

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