viernes, 9 de noviembre de 2018

Todo se acaba por una razón y un sentido. Adiós.

Abandono Sevilla con el sol brillando como debe ser. 
Hay esperanza, hay variedad, nadie posee la verdad aunque no cambie un ápice en sus últimos años, que llegan a cincuenta. Hay quién cae en el cruce del Atlántico, o de la vida, nunca llega. Hay quién desembarca, hay quién continúa.
Han sido días de lluvia y humedad, extraños en estas tierras. 
La Maestranza coqueta y mojada nos mostraba sus bellezas e interioridades, sin toros ni toreros, las cabezas de los astados, los carteles de José y Juan cuando juntos toreaban juntos y cambiaban el toreo, años de segunda decena del siglo XX, luego José fue cogido fatalmente en Talavera, tan lejos de Sevilla y cerca de Madrid. 
La catedral, los Alcázeres, Giralda, casa de Contratación, Archivo de Indias, todo va remontando en el pasado. Reconquista, convivencia con los musulmanes, Cervantes, Tirso, barrio Santa Cruz, descubrimiento, evangelización, decadencia, desangrado. Todo se acaba, quedan las piedras, monumentos, ruinas, o no queda nada.
La vida del ser humano tiene también el esplendor de la juventud y desgraciadamente mucha nostalgia y silencios cuando las fuerzas no acompañan, paciencia en ocasiones, sentido del humor, dolores y alguna risa. Queda también el silencio del absurdo, la comparación, la justificación y el negar al otro el derecho a ser diferente, no rendirse, salirse de los cauces marcados y pretender seguir buscando, con nobleza y limitaciones, un sentido a la vida, como desde le primer día del uso de la razón. En esas calles hubo algunos, o muchos, que antes de coger un buque al nuevo mundo seguro que soñaban. En la vida a los veinte supongo que también, luego el sueño se desfigura, confunde y aturde, se hace lo que se puede.

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