Un libro de Dumas, Los Tres Mosqueteros o el Conde de Montecristo, buen rato pueden hacernos pasar en el encierro. Los tres mosqueteros son cuatro, o son muchos, son héroes de carne y hueso ¿Qué tienen en común con los héroes de hoy en día? ¿Un médico de UCI, una enfermera, un guardia civil? y D"Artagnan, ¿quién es el bravo gascón? Ya saben la historia, época de Luis XIV, cardenal Richelieu, Francia. Dumas lo escribió en el siglo XIX, alcanzó la gloria más que los espadachines. Los tres son hombres ya veteranos, que gustan del Borgoña, las guapas mujeres, que han vivido su vida, que están entre el cielo y el infierno en la tierra, que tienen miedo a morir pero sin exagerar, gozan de muchos defectos, algunas virtudes, buscan una buena razón para dar su vida y ya saben, uno para todos y todos para uno. No son de mucho hablar, más bien de actuar, no son nada políticos. Honor, lealtad, amistad. ahora el gran Dumas tendría que escribir: uno o una para todos o todas y todos o todas para uno o una. No se como se lo tomaría. Menudo lío.
A mi un librero antiguo de Paris, que sólo atiende con cita previa, muy cerca de la isla de San Luis, me vendió cuatro tomos de la obra de Dumas. Nunca pagué tanto por unos libros, son preciosos, quizá mi más codiciado tesoro, mi anillo. No quería desprenderse. Decía que le daba mucha pena venderlos que eran únicos, pero ese anciano señor, dueño, coqueteó, se prendó de mi bella acompañante, supongo que hizo negocio. Antes de envolver los rojos ejemplares de piel, abrió el tomó con la muerte de D'Artagnan, emocionado, leyó la escena que más le gustaba de toda la obra, al despedirse el capitán de sus compañeros. Como hablabamos en francés así la escribo, tiene más fuerza:
- "Athos, Porthos, au revoir! Aramis, a jamais, adieu!"
Es cierto, no sabemos bien que nos vamos a encontrar.
A mi un librero antiguo de Paris, que sólo atiende con cita previa, muy cerca de la isla de San Luis, me vendió cuatro tomos de la obra de Dumas. Nunca pagué tanto por unos libros, son preciosos, quizá mi más codiciado tesoro, mi anillo. No quería desprenderse. Decía que le daba mucha pena venderlos que eran únicos, pero ese anciano señor, dueño, coqueteó, se prendó de mi bella acompañante, supongo que hizo negocio. Antes de envolver los rojos ejemplares de piel, abrió el tomó con la muerte de D'Artagnan, emocionado, leyó la escena que más le gustaba de toda la obra, al despedirse el capitán de sus compañeros. Como hablabamos en francés así la escribo, tiene más fuerza:
- "Athos, Porthos, au revoir! Aramis, a jamais, adieu!"
Es cierto, no sabemos bien que nos vamos a encontrar.