A finales del XVI fallecía el rey Felipe II. España había tenido a sus bisabuelos, a su padre Carlos y Felipe se había dedicado a hacer lo que pudo, vivió 71 años que no está mal. España había completado gestas enormes con pocos medios, pocas personas y mucho enemigos, eso no se lo perdonaron nunca, ni perdonan, a los españoles. El monumento, el túmulo, se levantó en Sevilla, entonces una ciudad única, floreciente, llena de pasado y un gran presente. En ese siglo XVI cualquier europeo curioso, culto, quería conocer Sevilla y nunca defraudó. Allí fueron nuestro mejores poetas a dar su opinión, a escribir sobre el túmulo. El rey muerto tenía mucho apego a su obra El Escorial, quizá iba más con su carácter, su sentido del deber, sus creencias. Don Miguel de Cervantes quiso contribuir con un soneto, desconozco el tiempo que le llevó componerlo. En mi opinión tiene mucha clase, además de sus virtudes literarias, así habla del monumento, del rey difunto, de la vida. ¿Qué le inspiraría Sánchez o cualquiera de esos fenómenos, que pasada la investidura han recibido órdenes del jefe elegido para ponerse a trabajar por España y responder así a la crispación?, según dice el ecuánime diario madrileño El País. ¿ Qué han hecho hasta ahora?
¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!,
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo!, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y nobleza!
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria, donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado,
Y el que dijere lo contrario, miente."
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
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