Mi padre, recuerdo que desde el Viernes Santo a las tres de la tarde no volvía a comer ni beber sólo agua. Al parecer fue una promesa de sus muchos días en cárceles entre julio 36 y marzo 39. Entradas y salidas acreditadas, La Modelo, Porlier, San Antón, condena a muerte también acreditada fortuna, y otras muchas batallas que para conocer será preciso leer la primera parte de mi vida, mis ancestros. Mi santa madre a eso de las 12 de la noche del sábado al domingo le hacía una tortilla de patatas como le gustaba, compacta, de bar de Madrid no muy exótico, como en Mozo, nada jugosa como al gusto de otros de la familia. Creo que con cebolla. Le he visto tomársela con pan, quizá alguna torrija. Siempre decía que el ayuno costaba mucho al principio que cuando empezabas a acostumbrarte...llegaba la tortilla.
En aquellos tiempos con mis amigos discutía de las apenas cuarenta horas entre la nona del viernes y el amanecer del domingo. No hablábamos de las mujeres, todas Marías que llega un momento se mezclan en la historia. Ahora me doy cuenta de su valor, su entrega, su dedicación a un Hombre que era el Hijo del Hombre, como si los demás varones, palabra en desuso, no estuviesen a la altura, no estuviésemos.
Una vez en Jerusalén me levanté sobre las 4 de la madrugada, la del alba era u otra guardia de alba, para ir a la iglesia del Santo Sepulcro. Me lo había recomendado un padre franciscano, Todas las calles desiertas, de tiendas cerradas. Era de noche. La ciudad muerta. Entre por la puerta de Damasco. En las proximidades había ya alguno con mis intenciones. Pude coger sitio para la primera misa, sin tanta aglomeración y es curioso porque aquello está vacío, el famoso Edículo vacío. Como Maria inconsolable, porque como ella dijo, se han llevado a mi Señor y no sé donde le han puesto. A partir de esa salida de sol cambió el mundo de entonces, el mundo de Roma y aquí seguimos, admirados, maravillados, sin palabras.
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